Hoy he decidido hacer algunos estiramientos; hace un día soleado, creo que estará bien hacerlos en el jardín. Es domingo, así que puedo concederme todo el tiempo que necesite para degustar las sensaciones tras cada movimiento.
Al quedar boca arriba, el sol me da en la cara y me obliga a dejar entreabiertos los párpados. Me doy cuenta de que la luz es extrañamente más brillante, los colores de las flores que tengo cerca de mi cabeza me sorprenden; es como si fueran más vivos, más intensos, casi me atrevería a decir que nunca los hubiera visto antes; conozco qué flores son, sus nombres, sus formas. ¡No las reconozco! Pero no me preocupa.
Por un instante noto que por mi mente no pasa nada, solo soy consciente del espacio y las formas, de los sonidos cercanos y los mjuy lejanos; pero observo que no les pongo nombre, no los relaciono con nada.
Veo las nubes blancas y algodonosas que pasan, no las catalogo, si son o no más bellas que las hojas secas que descansan sobre la tierra. Giro mi cabeza; hay otra perspectiva, las cosas y las flores parecen distintas. Son… Están… Las puedo ver en su totalidad, casi me parecen más grandes que la última vez que las miré, apenas hace unos minutos.
Me siento plena, aunque sin emociones en mí que perturben esa claridad. Estoy…, soy consciente… y no lo soy al mismo tiempo. ¡Estoy tan cerca de todo! Mi cuerpo lo percibo inmenso, despierto…
Observo mi mente, está vacía… y a la vez más viva que nunca. En cuanto tomo consciencia de esto, salgo de este estado y el pensamiento comienza de nuevo a activarse, analizándolo todo; sorprendiéndose, fascinándose… Entonces, doy gracias a la vida por concederme la oportunidad de existir, de Ser.
Ahora comprendo mejor por qué este es un trabajo experimental, de observación y de consciencia, que no es posible conocer a través de escritos y no es posible amar hasta que no lo has experimentado con la consciencia abierta. Sé que está transformándome, quitándome capas. Me escucho y vislumbro un poco más quién soy yo.
C. S.